martes, 11 de mayo de 2010

59.- ERASE UNA VEZ...



Érase una vez una fría noche de luna llena. El viento cortaba la cara y una sombra alargada envuelta en un gabán, bajo un sombrero de ala ancha se alejaba de Ecocity . Se encaminaba hacia el perímetro de seguridad que separaba la zona limpia de la contaminada. Mientras caminaba recordó las palabras de su padre: “Podrán quitarnos todo menos nuestro espíritu”.
No había otra forma de llegar hasta el lugar más que caminando, la prohibición de los vehículos particulares bajo pena de muerte había acabado hasta con las antiguas ITV, ya no había nada que inspeccionar. Los únicos vehículos autorizados eran esos horribles trenes para los ciudadanos trabajadores y los celulares de las Patrullas de Medio Ambiente, mitad solares, para la conducción diurna, y mitad eléctricos para la noche. Silenciosos y pesados a la vez que lentos; pero eso si tremendamente respetuosos con el medio.
Atravesó el maldito perímetro prohibido, y se adentro en la también prohibida zona contaminada. Era un polígono industrial abandonado en los extrarradios de lo que un día fuera su ciudad natal. ZONA CONTAMINADA, menuda estupidez, allí solo olía a gasolina rancia, a hierro oxidado y a goma recauchutada. ¿Qué mal podría hacerle aquello?¿ A caso no era peor ese mundo impoluto en el que vivía, en el que todo estaba prohibido?. La sociedad había conseguido erradicar la drogodependencia, el alcoholismo, la ludopatía, los accidentes de tráfico, el cáncer de pulmón y todas aquellas lacras que hacían del mundo un lugar peligroso. ¿Y a cambio de que? Ya no existían bares ni lugar de reunión alguna, si más de tres personas eran vistas juntas en un lugar público se consideraba asociación ilícita.

Pero esta noche, como todas las noches de luna llena, en la Zona contaminada, le esperaba aquella vieja nave desvencijada. Al entrar se despojó del sombrero para dejar al descubierto su rubia melena. Se quito el gabán, dejando ver bajo él un gastado vaquero y una chupa de prohibido y negro cuero.
En el interior un viejo torno, un banco de herramientas. Un antiguo tocadiscos junto a los últimos vinilos salvados de la quema. Revistas de paginas amarillentas cargadas de relatos de la carretera. Una mesa de chapa oxidada con pies de cubiertas, rodeada de asientos desguazados de antiguos cacharros de cuatro ruedas…. En el interior bienvenidas, saludos y abrazos por el encuentro… y en un oscuro rincón unos cuantos de legendarios hierros.

El sidecar de la vieja Ural estaba cargado de bidones de aquel combustible, por ellos mismos destilado. Los años de prohibición habían desarrollado su ingenio, a partir de esa planta en la que se basaba el maldito desarrollo sostenible. Eran capaces de fabricar el preciado líquido elemento para sus monturas. La amarga cerveza y su hierba favorita de fumar.

Todo estaba preparado para aquella noche de luna llena… la Sporter , la Kawa, la Shadow … y la vieja virago de su padre. La conservaba tal como él la dejó, con el mismo cariño que esa vieja foto en la que siendo una niña posaba en su lomo.

El plan para esa Luna era simple, debían recuperar la Bonni de uno de ellos. En la salida anterior habían calculado mal los kilómetros a recorrer y le dejó tirado en la vieja carretera del canal. Desde entonces yacía dormida en el lecho de una arroyo seco, esperando a ser despertada por su dueño.

…Como si les fuese la vida en ello, como si se hubiesen abierto las puertas del infierno, salieron a la luna llena rugiendo…

Al trazar las primeras curvas volvió a oír las palabras de su padre: “Podrán quitarnos todo, menos nuestro espíritu”… y dio gracias a aquel viejo loco por plantar en su pecho la semilla del viento…