lunes, 18 de abril de 2011

72.- CARNE DE CARRETERA

(Publicado en la revista Mondobiker nº49)

CARNE DE CARRETERA

Había pasado más de la mitad de su vida en la carretera. Tanto para odiarla como para amarla. Interminables horas soportando a su compañero, con aquella horrible furgoneta amarilla, con aquellas horribles ropas amarillas, para ser vistos desde lejos. 
Recogiendo todo tipo de carroña muerta, perros, gatos, pájaros y pajarracos de todas las especies, puercoespín, hurones, serpientes, conejos, ovejas… en fin a todo tipo de animales de dos o cuatro patas que por alguna razón u otra dejaron su vida sobre el negro asfalto. Soportando la lluvia, el viento, el frío, el calor. Soportando todo lo que hubiese que soportar…¿Cuántos kilómetros recorridos?¿Cuantas historias vividas? ¿Y cuantas por vivir?.
¿Cómo podía odiarse y amarse una misma cosa a la vez?. Quizás esta fuese la condición humana, odiar y amar una misma cosa. Cuándo cambiaba el amarillo por el negro y las cuatro ruedas por las dos, a pesar de ser la misma carretera, la misma línea blanca que conectaba cada rincón; en vez de pájaro carroñero se sentía pájaro de libertad.
Su vida era bien sencilla, aparte de su odiado trabajo, tirarse a la vecina de arriba de generosa pechuga mientras su marido trabajaba y los niños estaban en el colegio; le gustaban las cosas sencillas. Oír buena música en su viejo tocadiscos, tomar cerveza con whisky, fumar un pitillo de vez en cuando y sobre todas las cosas rodar con su negra maquina.
En algunas ocasiones recordaba aquella jovencita del barrio a la que nunca se atrevió a acercarse. Era una niña bien y siempre estuvo por encima de sus posibilidades, era demasiado para el. En una ocasión incluso le escribió unos versos pero de eso hacia ya mucho y posiblemente estuvieran perdidos por algún rincón de sus adentros.


 
Había pasado más de la mitad de su vida tras una barra. Tanto para odiarla como para amarla. Interminables horas soportando a individuos de todas las especies, solteros, casados, jóvenes y viejos, a todo tipo de fauna sedienta de carne fresca. Soportando todo lo que hubiese que soportar. Estar hecha de piel de clítoris le hacia pagar un precio muy alto. Y le había llevado hasta allí. Maldita piel! Se decía a si misma, pero en el momento que se rozara con lo mas mínimo, tenia que entregarse a los placeres de su cuerpo. Por ello su vida era esclava de su piel, por ello nunca se dejó besar en los labios para que al menos una parte de su cuerpo fuera libre. Muchas veces intentó cambiar, pero que demonios, estaba engendrada para dar y recibir placer. ¿Qué había de malo cobrar por ello?. A demás había que vivir y desde muy temprana edad abandonó la rancia y estricta casa paterna en busca de libertad.
En ocasiones recordaba aquellos tiempos en los que tenía que ocultar sus deseos por ser una niña bien. ¿Cuántos corazones habría roto a lo largo de su vida sin saberlo?¿Cuantos le quedaban por romper?. Recordaba a un joven y tímido muchacho que nunca se le acercó. De mirada profunda y huidiza, ¿Qué habría sido de su vida?.

Desde hacía tiempo se había apartado de los bares de carretera. Ahora estaba al frente de un prestigioso local de copas, donde se daban cita lo más selecto de la ciudad. Todo tipo de fauna cosmopolita se reunía allí. Hablaban de sus proyectos, de sus exitosas vidas vacías, de sus viajes y conquistas. Podía soportar todo aquello, todo menos al baboso del dueño. Un yupi sin escrúpulos forrado de pasta que pensaba que todo aquello que divierte a los hombres después del trabajo es lo que te hace rico. Estaba encaprichado con ella desde el momento en que la contrató, pero ella trataba de evitarle con todo lo despreciable que podía llegar a ser. Mucho le había costado controlar su maldita piel, como para ceder ante semejante cabrón.


Sin motivo alguno detuvo su moto frente a la puerta de aquel lujoso local. Tal vez por tener todo el fin de semana por delante, tal vez por ser el único lugar abierto a esas horas, eligió tomar allí la última copa antes de volver a casa. Los dos gorilas de la puerta le dejaron pasar al interior, enfundado en su chupa de negro cuero, no tardó en entender que aquel sitio no era el suyo. Estaba fuera de lugar, pero aun así fue a por su última copa. Si algo tenían en común los bares por muy lujosos o cutres que fueran, era la barra. Aunque el no le llamaba así, sino vertedero de sentimientos. Estaba convencido que ese era el verdadero lugar que correspondía al hombre. Frente a ella se tomaban las decisiones, desde un nuevo proyecto para erradicar el hambre en el mundo, hasta la más horrible de las guerras. Era así de simple, todo se decidía frente a un vaso de cristal.

-¡Un whisky por favor!

Sus ojos se cruzaron por un instante. Reconocía aquel rostro dos décadas después, mejorado con el tiempo como un buen vino que aun no se ha picado. La recordaba cuando era casi una niña, cuando no se atrevía a acercarse a ella. Recordaba el día de la fiestas patronales, incluso si cerraba los ojos podía ver la ropa que llevaba puesta. El llevaba unos versos para darle pero nunca llegó a su destino.

-¡¿Solo?!

Sus ojos se cruzaron por instante. Reconocía aquella mirada profunda dos décadas después. Sacudió la cabeza, sirvió la copa para dedicarse a su trabajo. No tenía tiempo de pensar en viejos fantasmas del pasado.

_¡Buenas noches caballero!¡¿es Ud. Nuevo por aquí?!- Le peguntó amablemente un individuo trajeado con la insignia de una hermandad religiosa en la solapa-¡Sepa Ud. Que soy el dueño del local y me gusta relacionarme con la clientela!¡este es un sitio refinado, aquí se reúne lo mas selecto de la ciudad! ¡Y bla…bla…

En realidad aquel cabron se acerco a el, por que siempre andaba al acecho y desde lejos pudo ver que a parte de que aquel individuo enfundado en cuero no iba con el entorno del lugar, saltaron chispas al cruzarse con la mirada de la que se había empeñado en que fuera su chica, a pesar de nunca haber estado entre sus brazos y nunca haberla poseído. Pero tiempo al tiempo, ya caería en sus redes, como cayeron todas las demás.

Trató de ser lo mas amable posible con el propietario mientras apuraba su ultima copa. Le hizo una señal a la chica para pagarle y esta vez las miradas fue a tres bandas, como una difícil partida de billar.

- ¡Vuelva cuando quiera!- le increpó el dueño.
- ¡Gracias volveré!- contestó mientras abandonaba el local.

Aquella noche supo que debía volver a verla, así que decidido a ello se quedó en los alrededores del local esperando la hora de cierre. Cuando el último cliente hubo abandonado el sitio, ella salió con su jornada laboral acabada. Venía con cara de de llanto y el le salió a su encuentro

-¡Hola de nuevo!- le dijo el- ¡¿Una mala noche?!.
-¡Una mal discusión con el dueño!- contestó ella- ¡¿Qué haces aun por aquí?!
-¡Esperarte!¡Necesitaba hablar contigo!.
-¡Mira no es un buen momento para nada hoy!¡Así que te agradecería que me dejaras en paz!.
-¡Me suele pasar a menudo!.¡A los malos momentos, me refiero!¡Y a lo largo de los años he descubierto que el mejor remedio es un paseo en moto!.

Nunca había montado en moto, al menos en una de aquellas características. En mas de una ocasión se había cruzado con aquellos locos de cuero negro montados en sus ruidosas maquinas, y siempre se preguntaba lo mismos: ¿Dónde van los motoristas?. Tal vez no fueran a parte alguna, tal vez solo iban por el placer de ir, sin rumbo…sin motivo alguno. Y la verdad una vez bajada de la montura en la puerta de su casa se sintió aliviada.

-¡¿Quieres pasar?!te invito a una copa!-le dijo agradecida-.
-¡Mejor un café!- le contestó el-

Y mientras saboreaban el negro brebaje ella no pudo evitar decirle:

-¡Tengo la sensación de haberte visto o conocido antes!¡es una sensación lejana y extraña!.
-¡Somos del mismo lugar!-respondió el-

Entonces ella sacó un viejo álbum de fotos y allí estaba, desfilando en procesión del Santo Patrón de su antiguo pueblo. Vestida de mantilla y peineta negra como correspondía a las niñas bien de la época; y entre la muchedumbre destacaba un joven mirándola con ojos profundamente tristes. Curiosa rueda de la fortuna dos décadas después volvían encontrarse de la manera más extraña. Aquella noche la pasaron juntos sin tener ningún contacto carnal. A ella el simple hecho de tener la cabeza apoyada en su pecho, mientras el le rodeaba con su brazo, le hizo sentir bien. A él, saber que respiraba bajo el mismo techo que ella, le hizo sentir mejor. Aquella noche, ambos durmieron con paz y serenidad al sentirse protegidos, como probablemente no la habían hecho desde la niñez.

Desde esa noche sus encuentros, fueron un tanto peculiares, se limitaban a hablar de la infancia, a recorrer los rincones mas solitarios sobre aquella bendita maquina de dos ruedas, y sobre todo a reír juntos. Nunca hubo entre ellos ningún contacto sexual, tal vez por que ninguno lo necesitara. Todo iba sobre ruedas, nunca mejor dicho, hasta ese fatídico día…

Habían quedado esa noche para pasarla juntos y salir muy temprano a devorar kilómetros, tenían todo el puente libre por delante para descubrir nuevos lugares. Al llegar a su casa, la puerta estaba abierta. Pasó al interior extrañado y ella yacía en mitad del salón con un cuchillo de cocina clavado en el pecho. La tomó entre sus brazos con lágrimas en los ojos, y mientras aun le quedaba el ultimo aliento de vida la beso en los labios… entonces recordó uno de los versos olvidados que escribiera para ella y que nunca se atrevió dar:

“Solo quiero robarte un beso, acercarme a tus labios y beberme tu aliento,
Solo quiero robarte un beso, y llevármelo conmigo cuando ya este muerto”

Sacó su balisong y abriéndolo con maestría cortó un generoso mechón de cabello para guardarlo en el bolsillo interior de su chaqueta. A la vez que expiraba, ella abrió su mano dejando caer al suelo la insignia de una hermandad religiosa.





Salió hacia el bar de copas con el alma rota y en la barra pidió un whisky. Uno de los gorilas de la puerta se puso a su izquierda, el dueño del bar a su derecha y el otro matón junto a su amo.

-¡Buenas noches caballero!¡¿Otra vez usted por aquí?!-
-¡Le dije que volvería!- contesto-
-¡Le advierto que su amiga no esta!.
-¡No he venido a ver a mi amiga!.¡He venido a traerle algo que ha perdido!.
-¡¿Algo que he perdido?1¡No le entiendo!...

Sin decir palabra puso sobre la barra la insignia, el dueño del bar miró en la solapa de su chaqueta comprobando que faltaba. Hizo una señal al gorila que tenía a su izquierda, y este sin mediar palabra rodeo con su brazo el cuello del motorista a la vez que se ayudaba con la otra mano para ejercer presión sobre su cuello. Esa técnica la tenía más que aprendida, nada mas notar la maniobra, el motorista juntó su barbilla con la parte superior de la caja torácica, protegiendo de esa forma su garganta y evitando así ser estrangulado, y a la vez puso sus dos manos sobre el antebrazo del estrangulador. Se sentía cómodo en esta posición, en espera de la reacción del otro matón El otro corrió hacia el para golpearle, pero cuando estuvo a la distancia precisa, apoyándose sobre el que le tenía preso propinó una patada bestial a la entrepierna, este cayó al suelo retorciéndose y gritando de dolor. Dio un fuerte tirón hacia abajo de su cuerpo a la vez que clavando las yemas de los dedos en el antebrazo, pudiendo así sacar su cabeza junto con sus manos entre la axila del gorila, a la vez que iba sacando la cabeza giró las palmas de sus manos mientras subía buscando con ellas los trapecios de aquel mastodonte. Un poco de presión sobre ambos y cayó como mantequilla al suelo. Estaba habituado, aquellos no eran mas que niñas de gimnasio musculadas, tan tensos que una leve presión sobre algún músculo engordado a base de proteínas y pesas era suficiente para hacerle clavar la rodilla al suelo. Este cayó de espaldas al suelo y poniendo su enorme bota con protecciones de hierro pisó el cuello del agresor, que se retorcía sin poder hacer nada. El estrangulador era ahora el estrangulado. Esta maniobra no le costó mas que unos cuantos segundos. El dueño del bar no podía creer que aquellos dos guardaespaldas a los que pagaba tanta pasta estuvieran fuera de combate. Al intentar coger la insignia religiosa que seguía sobre la barra, el motorista sacó hábilmente el balisong y clavó la mano de aquel individuo sobre la cara madera. Acto seguido mientras uno de los gorilas seguía bajo su bota y el otro retorciéndose de dolor en el suelo, desclavó su frío acero sujetándole el brazo con una mano y lo volvió a clavar, pero esta vez en el cuello directamente a la yugular. Sacó el arma de la carne y empezó a brotar como un volcán en erupción la sangre de aquel cabrón que caía al suelo herido de muerte gritando como un cerdo en el matadero. Apartó la bota del cuello de una de las niñas de gimnasio y se marchó del local, mientras los dos guardaespaldas trataban de parar la hemorragia de su amo.

Mientras arrancaba de una patada su hierro recordó aquel viejo refrán: “Quien a hierro mata a hierro muere”. Salió de allí tronando como si todas las trompetas del juicio final saliesen através de sus escapes y puso rumbo hacia las mismas puertas del infierno. ¿A que demonio tengo que rezarle para tenerte siempre a mi vera ?. Se preguntaba mientras tumbaba en cada curva, saltando chispas de las estriberas.

En las noticias…” Una victima más de la violencia de género. La pasada madrugada una joven aparece muerta en su apartamento. Al parecer su compañero sentimental de una puñalada certera acaba su vida. Tras cometer el homicidio se dirige al lugar donde trabajaba la joven y asesina a su jefe y amante de la chica. Al parecer este ha sido el desencadénate de este crimen pasional. La policía busca al homicida que se alejó del lugar en una moto de gran cilindrada, está completamente perturbado va armado y es peligroso….”

Durante toda la noche estuvo buscando la maldita puerta del infierno, sin encontrarla. Tras de sí hoy sirenas policiales, pero nunca podrían darles caza en aquella carretera. Aquel era su territorio, podía trazar las curvas con los ojos cerrados. Allí nadie le alcanzaría.

En una de las tumbadas pisó una placa de hielo y su moto derrapó en aquella curva, trató de corregir la trayectoria pero se salió y quiso la mala fortuna que todo su ser se estrellara contra el puto quitamiedos. Aun estaba vivo pudo quitarse los guantes y el casco tumbado en el suelo, se incorporó para comprobar que la pierna derecha ya no pertenecía a su cuerpo. De la arteria femoral brotaba un manantial rojo por el que se le iba el aliento, abrió el bolsillo de su chupa y sacó los cabellos que había cortado tan solo unas horas antes. Los puso entre sus manos y las llevo al pecho como para ser amortajado... y entonces recordó uno de sus versos:
"Cuando yo muera solo te pido un encargo, que con un mechon de tu pelo me amarren las manos"

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